La crucifixión de Jesucristo es, sin duda, la más conocida de la historia y ha tenido un impacto incalculable en la cultura, la religión y el arte occidentales. Según los evangelios, Jesús fue arrestado, juzgado sumariamente y condenado por Poncio Pilato bajo cargos de sedición por proclamarse “Rey de los Judíos”. Tras ser flagelado y coronado con espinas, fue obligado a cargar su cruz hasta el Gólgota, donde fue crucificado entre dos ladrones.
El relato bíblico describe cómo Jesús sufrió en la cruz durante aproximadamente seis horas antes de morir, pronunciando frases que han sido analizadas por teólogos durante siglos, como “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34) y “Consumado es” (Juan 19:30). Su muerte estuvo acompañada de eventos sobrenaturales, como un eclipse y un terremoto, según los evangelios, lo que reforzó la creencia cristiana de que este no era un mero ajusticiamiento, sino un sacrificio divino por la humanidad.
Para los cristianos, la crucifixión de Jesús representa el acto supremo de amor y redención, en el que el Hijo de Dios asumió los pecados del mundo. Este concepto de sacrificio expiatorio es central en la teología cristiana y ha inspirado innumerables obras de arte, desde la pintura renacentista hasta la música sacra. Además, la resurrección de Jesús tres días después transformó la cruz de un símbolo de derrota en uno de victoria sobre la muerte.
Aunque la crucifixión fue abolida en el siglo IV por el emperador Constantino, su impac
to histórico y espiritual perdura. Ya sea como objeto de fe, estudio médico o reflexión filosófica, sigue siendo un recordatorio de la capacidad humana tanto para la crueldad como para la transcendencia. En un mundo donde aún existen formas de tortura y opresión, la crucifixi