En esencia, recibir una tarjeta física en la era digital significa que fuiste lo suficientemente importante como para merecer el tiempo, el dinero y el esfuerzo necesarios para enviarte unsaludo tangible y duradero.

 Humberto Contreras/ InfoRéplica+

Hoy en día, la tradición de enviar tarjetas de Navidad a nuestros seres queridos y relacionados sociales, sigue siendo popular, ya sea el tradicional envío físico del mensaje de paz, amor, esperanza, con el mensaje digital vía whatsapp, o e-mail, enfocándose en la gratitud y la conexión humana más allá de los regalos, con opciones cortas y emotivas, o mensajes personalizados para diferentes destinatarios.

En efecto, las Tarjetas de Navidad son elemento aún fundamental en la celebración moderna de esta época, aunque su origen es sorprendentemente reciente y está ligado al deseo de mantener el contacto social, con demostraciones de afecto y amistad. El crédito por la invención de la tarjeta de Navidad tal como la conocemos hoy, es de sir Henry Cole, en Londres, Inglaterra, en 1843.

En la alta sociedad victoriana, era una obligación estricta, forma de etiqueta social, que las personas de posición social respetable, enviaran saludos escritos a mano a sus amigos, familiares y socios comerciales durante la época navideña. Cole, un funcionario público británico y fundador del Museo de South Kensington, hoy Museo de Victoria y Alberto, estaba abrumado por la costumbre de escribir esas largas cartas a mano, para sus conocidos en Navidad. Sentía que era un deber social tedioso.

Buscando solución, le encargó a su amigo, el artista John Callcott Horsley, que diseñara una «tarjeta» que pudiera enviar rápidamente a todos, en vez de sus cartas. El primer diseño de tarjeta de Horsley, mostraba, en el centro, a una familia brindando, flanqueada por escenas de caridad, acompañadas de un saludo: «A Merry Christmas and a Happy New Year to You” (Una feliz Navidad y próspero Año Nuevo para ti), como se traduce hoy día. Se imprimieron y Cole vendió las copias restantes por un chelín cada una, lo que las convirtió en un artículo de lujo para la clase media alta.

El concepto tardó algunas décadas en arraigarse, pero las condiciones estaban dadas para su éxito masivo: La invención de la litografía a color a bajo costo en la década de 1860, hizo que la producción masiva de tarjetas hermosas y coloridas fuera asequible. Además, con el uso de la empresa de envíos de correspondencia Penny Post (1840), y una tarifa de bajo costo por todo el Reino Unido, ayudó significativamente el envío de las tarjetas, volviéndolo accesible a la población general.

Posteriormente, la popularidad de la Reina Victoria y el Príncipe Alberto, y su adopción de muchas costumbres navideñas, como el árbol de Navidad, ayudó a consolidar la celebración como una fiesta familiar y sentimental, creando el ambiente perfecto para el intercambio de tarjetas.

Llegada a América
El pionero de las tarjetas de Navidad en Estados Unidos fue el impresor litográfico alemán Louis Prang, quien en 1875 comenzó a producir tarjetas de alta calidad en Boston, contribuyendo a la expansión global de la costumbre.

Originalmente, los temas en las tarjetas no siempre eran religiosos. En las primeras tarjetas victorianas se podían ver imágenes muy variadas e incluso extrañas para los estándares modernos, como flores, hadas, naturaleza, o animales, como pájaros muertos, que simbolizaban el frío invernal.

También se usaban temas religiosos: como a finales del siglo XIX, cuando la tarjeta se ligó más directamente a los temas de la Navidad, los ángeles, y el pesebre, así como las escenas invernales: nieve, paisajes nevados, trineos, etc. Y ya en el siglo XX, se hizo popular la inclusión de fotos personales, convirtiendo la tarjeta en un medio para compartir noticias y eventos del año.

Hoy en día, la tradición convive con las e-cards y los mensajes digitales, aunque la tarjeta física sigue siendo valorada por su toque personal y sentimental.

Simbolismo de la Tarjeta Física en la Era Digital

En un mundo dominado por el correo electrónico, WhatsApp y demás redes sociales, el valor de recibir una tarjeta de Navidad física ha aumentado en términos de simbolismo y significado emocional, por el valor que se da a ciertas acciones. Primero, el gesto del tiempo y esfuerzo invertido en la selección o elaboración, que refleja el auténtico sentimiento de quien la envía.

La persona tuvo que comprar la tarjeta, escribirle a mano el mensaje, dirigir el sobre, ponerle un sello y llevarlo al correo, o hacerla llegar a su destinatario: Es un esfuerzo deliberado y no instantáneo. Hoy, un correo electrónico o mensaje de texto, se abre instantáneamente y se olvida, pero una tarjeta física, garantiza que el destinatario tendrá que interactuar físicamente con tu gesto.

En segundo lugar, una tarjeta es un objeto físico con permanencia, a diferencia de un mensaje digital fugaz. Primero, atractivo en su diseño y visibilidad. Se convierte en parte de la decoración navideña, sea colgada en la chimenea o en el refrigerador, así como de adorno en el pesebre o al pie del arbolito de Navidad, actuando como un recordatorio visual constante del afecto del remitente durante toda la temporada.

Y luego, pasa al Archivo de la Memoria, ya que suelen guardarse en cajas de recuerdos, creando un registro tangible de las relaciones a lo largo de los años.

Además, la tarjeta física ofrece una experiencia sensorial que lo digital no puede replicar:
la caligrafía: La letra a mano es única e íntima. Leer el mensaje en la caligrafía personal del remitente establece una conexión más profunda y auténtica que una fuente digital. Al participar en este ritual, el remitente y el destinatario se conectan con una tradición centenaria que tiene raíces en la historia familiar y cultural.

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